domingo, 7 de junio de 2015

TEXTO COMPLETO Homilia Mons. Saul Figueroa en Corpus Christi


HOMILÍA DE MONS. SAUL FIGUEROA CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE CORPUS CHRISTI, CATEDRAL DE SAN JOSE, 
PUERTO CABELLO, 7 DE JUNIO DE 2015




HPC 41
1.   La fiesta del Corpus Christi se introdujo en la Iglesia en el siglo XIII, por una revelación privada que tuvo la religiosa Santa  Juliana de Cornillon en Lieja, Bélgica.  El Señor    le pedía a ella que se celebrara su presencia real en la Eucaristía con una fiesta litúrgica;   una comisión episcopal confirmó la autenticidad de las revelaciones  y el obispo dictaminó en 1246 que se celebrara una  fiesta de la presencia real en Lieja.   Ulteriormente ocurrió, el milagro de Bolsena, que consistió  en que un sacerdote en 1263  cuando celebrara una misa dudó sobre la presencia real de Cristo en la hostia;  de inmediato,  se derramaron gotas de sangre sobre el corporal; lo cual se concibió como un milagro y un llamado a celebrar la fiesta de la presencia real en toda la Iglesia; dicho corporal  se encuentra actualmente en la  Iglesia de Orvieto cerca de Roma. La fiesta de la presencia real se extendió, entonces,  a toda la Iglesia por el papa Urbano IV en 1264.

2.   En la actualidad, La solemnidad del Corpus está hoy orientada por las directrices conciliares y posconciliares del culto del misterio eucarístico en la misa y fuera de la misa.     La liturgia  ofrece una armoniosa síntesis de todos los aspectos del misterio eucarístico, pues no hay que olvidar que la presencia sacramental del cuerpo y de la sangre del Señor es consecuencia del memorial y del sacrificio realizados en la santa misa, a la vez que la finalidad de la reserva eucarística tiene como fin primero y primordial la administración del viático a los moribundos, y la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor fuera de la misa (Ritual cit., n.5).


       3. ¿Cuál es el significado específico de la solemnidad  del Cuerpo y la Sangre de Cristo? 

El primer acto es el de reunirse en la presencia del Señor. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público. Nosotros, esta  mañana, no hemos elegido con quién queríamos reunirnos; hemos venido y nos encontramos unos junto a otros, unidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de él. Esta ha sido, desde los inicios, la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan de hecho en sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi ante todo nos recuerda que ser cristianos  quiere decir reunirse desde todas  las  partes para estar en la presencia del  único Señor y ser uno en él y con él.

El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos después de la santa misa, como  su  prolongación natural, avanzando tras Aquel que es el Camino. Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libra de nuestras "parálisis", nos levanta y nos hace "pro-cedere", es  decir,  nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este  Pan  de  la vida.

La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere librar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos reanudar el camino con la fuerza que Dios nos da mediante Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto. Una experiencia que para Israel es constitutiva, pero que resulta ejemplar para toda la humanidad.

La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que nos acompaña y nos indica la dirección. En efecto, no basta avanzar; es necesario ver hacia dónde vamos. No basta el "progreso", si no hay criterios de referencia. Más aún, si nos salimos del camino, corremos el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarnos más rápidamente de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos:  se ha hecho él mismo "camino" y ha venido a caminar juntamente con nosotros a fin de que nuestra libertad tenga el criterio para discernir la senda correcta y recorrerla.

El tercer elemento constitutivo del Corpus Christi  es arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Los cristianos sólo nos arrodillamos ante Dios, ante el Santísimo Sacramento, porque sabemos y creemos que en él está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su Hijo único (cf. Jn 3, 16).

Nos postramos ante Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, como buen Samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística; en ella el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquel ante el cual nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.


Por eso estamos aquí  hoy como diócesis: reunidos, caminando, y adorando al Señor. Estamos alegres y  oramos por nosotros y por todos; oramos por todas las personas que viven en la ciudad, para que  conozcan al Padre, y al que enviaste, Jesucristo, a fin de que tengan vida en abundancia. Amén.










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